martes, 4 de enero de 2011

DE REGRESO A LA GRANJA

En 2010 se cumplieron 40 años desde el primer festival de Glastonbury y tuve la fortuna de poder estar allí para sumarme a la celebración. Esta nota apareció originalmente en revista La Mano y la reproduzco aquí en su primera versión.

GLASTONBURY CANTÓ LAS CUARENTA

A Alfredo Rosso le soltaron la piolita y salió corriendo a Europa a perderse entre los escenarios de los dos festivales europeos más importantes del planeta: Glastonbury y Roskilde. Lo que sigue es un extracto de su famosa libretita viajera.

Somos peregrinos. Vi la señal en muchos rostros, en el resplandor de sus ojos. Este peregrinaje tiene que ver, claro está, con el amor a la música. Dudo que ciento treinta mil personas se concentraran por voluntad propia en una granja, en pleno corazón de Inglaterra, si no les apasionara la música. Pero Glastonbury va más allá de la música, y ese es el secreto del festival de rock más importante del mundo.
Después de viajar diecisiete horas, llegué a un Londres caluroso y amable, pero sólo tuve tiempo para un rápido reconocimiento ya que, al día siguiente, un veloz Intercity me llevaba de la estación de Paddington hacia el oeste, hasta la bella Bath, ciudad de verdores, puentecitos sobre ríos parsimoniosos y esos baños termales romanos a los que la ciudad debe su nombre. Mi destino, sin embargo, estaba todavía a una hora y pico de bus. Era Croscombe, un suburbio campestre del pueblo de Wells, que ostenta una de las más hermosas catedrales que haya visto en mis visitas al Reino, toda vitreaux y columnas y reloj con carillón. Paul y Jan, mis anfitriones, me ofrecieron, cual bálsamo, la posibilidad de un cuarto espacioso, una cama blanda y una ducha caliente después de horas y horas de patear los caminos del rock and roll. El arreglo incluía el traslado hacia y desde el festival –a tres kilómetros de allí- lo cual ya solucionaba uno de los principales escollos que plantea Glastonbury a quienes no hacen base en el predio.
Este no era un Glastonbury común: en 2010 se cumplieron cuarenta años desde aquel día profético en que el joven granjero Michael Eavis decidió quemar las naves y organizar un festival de rock, en condiciones técnicas muy precarias. El festival del ’70 nació de la fe y la buena voluntad, y así y todo consiguió que viniesen David Bowie, T. Rex, y varias otras luminarias. Desde entonces, Glastonbury fue ganando en dimensión y prestigio, hasta transformarse en el festival de rock más importante del planeta...

El jueves 24 fue “la previa”. Flotaba una sensación de expectativa por todo lo que estaba por venir, tamizada por una buena cantidad de shows en los escenarios secundarios. En el Queen’s Head –nuevo trampolín para los artistas que se vienen- vi a Micachu & the Shapes. Micachu es Mica Levi, una cantante, compositora y guitarrista de estudios clásicos y un interés especial por la electrónica experimental, como demuestra su set, con retazos del excelente álbum Jewellery que le editó Rough Trade. Un tecladista y un batero siguen las peculiares ondulaciones de su música aportando comentarios y disparando estímulos aquí y allá. Luego subió The Cheek, con sus pop-rock repleto de riffs y estribillos pegadizos. Son muy jóvenes: apenas tienen un par de singles y su pose escénica delata un afán de comerse el mundo.
El viernes 25 Glastonbury explotó. Para iniciar las acciones en la Pyramid Stage, los programadores buscaron un artista con sustancia y que movilizara al público. Eso fue justamente el nigeriano Femi Kuti. Hijo de una leyenda de la música africana -Fela Anikulapo Kuti- Femi hace una música sofisticada y altamente rítmica y, como su padre, le suma un fuerte compromiso social y político. Mientras tanto, en la Other Stage se presentaba The Stranglers, un bastión del primer punk inglés, En realidad, los Stranglers nunca fueron punk propiamente dicho; más bien encarnaron un rock denso, de dientes apretados y letras directas, que más de una vez fueron consideradas políticamente incorrectas por los puristas punkeros. A ellos poco les importó: siguieron su propia órbita desde su álbum debut, Rattus Norvegicus: IV y nunca bajaron los brazos. Tres décadas más tarde se los ve potentes y seguros, y el “No more heroes” con el que coronaron su show fue coreado por todo el público, en justo reconocimiento. Mucho calor y mismo escenario recibieron a The Courteeners. La tímida banda que vi en T In the Park estrenar el álbum debut, St. Jude hace un par de años se ha vuelto un grupo aplomado y de buen rapport con la gente. Esto se trasluce también en su nuevo disco, Falcon, uno de los “tapados” del 2010.
En Glastonbury 2010, los escenarios más cool fueron la John Peel Stage y The Park. En el primero vi el debut de Kele Okelele. El ex cantante de Bloc Party dudaba de la recepción que le ofrendarían los devotos de su ex banda, pero no tenía motivos para preocuparse: su mezcla de soul, pop y rhythm and blues cayó muy bien entre la audiencia vespertina. Kele canta con ganas y los temas de su debut solista, The Boxer, suenan bien formados. Subiendo hasta los confines del predio Glastonburiano, llegué a The Park, en la zona más bella del festival. Está en una colina, con mucho campo abierto a su alrededor. Allí vi a The Big Pink, que tienen algo del trance psicodélico de Spacemen 3 y van de los acordes más sutiles y suaves a furiosos crescendos instrumentales. Me gustaron tanto que no paré hasta conseguir su álbum A Brief History of Love.
Hubo dos chicas que me gustaron, pero hasta ahí. La Roux tiene voz y personalidad, pero no terminé de meterme en su aura. Florence & the Machine fue una revelación en T In the Park 2009, y desde entonces su disco Lungs no paró de sumar acólitos. Subió como ganadora a The Other Stage, con arpa, cuerdas, teclados y un vestido blanco que se volaba con el viento y la hacía parecer una novia abandonada en el altar. Yo estaba lejos, pero me pareció que su actuación sufrió por un desbalance del sonido y un exceso de dramatismo. El público la amó… Y como para confirmar que las fronteras entre el rock, el pop y el dance son cada vez más borrosas, los manchesterianos Delphic actuaron en la West Dance, una de las carpas que ofrecen marcha las 24 horas del día. Su tecno-rock introspectivo me sonó un poco gélido a pesar (o quizás gracias a) el entorno de luces blanquecinas y hielo seco, una imagen que felizmente pude sacudirme siete días más tarde cuando pasaron el trapo en Dinamarca. Caía la tarde del viernes y siempre uno tiene algo con lo que quiere agasajarse. Para mí fue un tortuoso emigrar a la carpa Acoustic que, sin embargo, valió la pena porque allí el exAnimal, Alan Price, comandó a una banda eficiente y precisa a través e una serie de estándares de rhythm and blues, que llegó al clímax en un medley de “Girl from the north country” y “We gotta get out of this place”, todo con el bonus extra de una leyenda como Zoot Money en los teclados.
En la Pyramid Stage, Damon Albarn engalanaba la performance de Gorillaz con un ensemble de cuerdas femeninas y un grupo de músicos de Medio Oriente, todo mezclado con un grupo estable que maneja bien las coordenadas del funk y el R&B. Vine, vi y seguí, porque a trescientos metros estaban los Flaming Lips. Si el espíritu glastonburiano pudiera corporizarse en uno de los artistas, creo que Wayne Coyne y los suyos tendrían todos los números de esa particular rifa. Por la espectacular coreografía –confetti disparado al público, nubes de humo, láseres, amebas multicolores como fondo de escenario- pero sobre todo por la música y la vibración de la banda, que logró con sus canciones, sus letras y sus parlamentos hermanar espiritualmente a las treinta y cinco mil personas presentes. Solo Wayne puede hacer balar como ovejas a su audiencia y al segundo lograr que miles de bocas imiten el sonido de una abeja o un helicóptero. Flaming Lips tiene un repertorio bizarro y encantador como pocos. No pude resistirme a ver su set hasta el fin. Tuve que sacrificar a The xx, que estaban en The Park. A esa altura -como decía aquella película- eran un puente demasiado lejos…

El sábado me recibió el rock californiano de Jackson Browne, enriquecido por un capo de la guitarra, David Lindley. Fue grato escuchar aquellos clásicos de antaño, “Fountain of sorrow”, “Before the deluge”y “The pretender”, pero no tuve un enganche emotivo especial con Browne. El sol pegaba fuerte y me fui a paso lento hacia la Holts Stage para degustar el contagioso ritmo africano del maliense Bassekou Kouyate y su banda Ngoni ba. Su sonido está basado en el ngoni, un instrumento africano de la familia del laúd, con un timbre muy dulce. Cuando convergen varios “ngonistas” al mismo tiempo, se forma una trama sonora hipnótica y envolvente. Al salir me sorprendió el desfile de carrozas: una traía calaveras, otra parecía un barco pirata vikingo, la tercera un caracol gigante… Todo muy bien, pero ahora necesitaba rock y la respuesta la dio The Dead Weather. Nada de “¿cómo están Glastonbury?”, nada de hacer cantar interjecciones descerebradas a la gente, nada de nada. Rock puro, furioso, sexual; ese que no toma prisioneros, ese que tiene incorporada la rrrrrrabia de vivir. Jack White y Alison Mosshart, acollarados en una misma mística, le pusieron electricidad y sentido rockero a la tarde. “¡Por fin un músico enojado!”, anoté en mi libreta y me fui rodeado por un campo de fuerza catártico a la John Peel Stage en busca de nuevas emociones. No tuve mucho que esperar: apenas pasadas las seis de la tarde, subió Marina and the Diamonds. Marina es bella, totalmente sensual y sabe muy bien cómo moverse por un escenario. Enseguida tuvo a toda la gente comiendo de su mano. Su música lo justifica: temas sólidos, con buenos estribillos y mejores letras. Desfilaron varias perlas de su debut, The Family Jewels: “Shampain”, “I am not a robot”, y la notable “Are you satisfied?” El registro de Marina es impecable y su presencia escénica les da un punch extra. Salí a varios centímetros del piso. Mientras me recuperaba pasaron los Foals, estrenando un complejo y sofisticado segundo álbum, Total Life Forever. En vivo se la bancan: ritmo sostenido, colisión creativa de guitarras, buenas voces y una fricción musical excitante. Se van entre vítores. Sacrifiqué por segunda vez a The xx -que me gustan bastante en disco- por amor a Nick Lowe. Crucé medio Glastonbury para verlo en la Acoustic y, si bien sus clásicos estaban allí en letra y música, no terminé de engancharme con la vibra del show. Por suerte crepté con mis últimas fuerzas hasta The Park para ver a Laura Marling. A los veinte años ya tiene dos álbumes ya en su haber. Su voz cultivada tiene la energía como para transmitir letras sensibles y agudas a la vez. Una abanderada del nuevo folk inglés ante nosotros. Allí mismo, un rato antes, tuve otra grata sorpresa con Beach House. El dúo de Baltimore hace un rock introspectivo con melodías oscuras que calan hondo en la carcaza cerebral. Atención con ellos.
Bajé la colina escuchando a mi derecha el funk de Parliament/Funkadelic en la West Holts Stage (antes el escenario de Jazz y World Music) y sonreí imaginando todo el circo de George Clinton a pleno. A mi izquierda, Pet Shop Boys hacía cantar al público de The Other Stage con el indestructible “Always on my mind” que supo hacer Elvis Presley. Mi destino era Muse y si bien dos horas de rock hímnico -cantado siempre allá arriba por Matthew Bellamy- es más de lo que puedo asimilar, admito que tanto la actuación como la puesta escénica del trío fueron impecables, acordes al lugar que Muse ocupa hoy en la Premier League del rock inglés.

El domingo 26 puse la música en pausa y remonté la colina hacia los Green Fields, los bien llamados campos curativos y la zona verde de Glastonbury. Por un lado están los stands de Greenpeace, Oxfam, Water Aid y varias otras organizaciones que tratan de hacer el planeta un lugar más habitable. Podés hablar con ellos y enterarte en forma amable y sin “meloneo” de qué se trata lo que hacen y dónde podés subirte, si la cosa te interesa. Por el otro están los varios puestos de artesanías y habilidades manuales, que te invitan, descontracturadamente, a hacer algo creativo con tus manos. No muy lejos, para el atribulado fan festivalero con huesos doloridos, hay carpas de masajes de todo tipo y descripción, gratuitos. Uno aporta algo sólo si quiere. Hay hasta un rincón de terapia de agua, donde uno se acuesta entre almohadones rodeado de charquitos y pequeñas cascadas, simplemente a escuchar el ruido del líquido elemento. Y entre todos estos puestos ves monumentos benévolos: un violinista enorme hecho de paja, un dragón de barro, guirnaldas, flores enormes y, por supuesto, los personajes típicos, como el músico que montó su piano en una bicicleta y va de aquí para allá pedaleando y regalando melodías. La gente sonríe. Sigo subiendo, paso el Círculo de Piedras, un monumento cuya edad nadie sabe a ciencia cierta y llego a la parte más alta de la colina. Me doy vuelta y tengo todo Glastonbury a mis pies. Las carpas multicolores a la distancia; los diferentes escenarios, la procesión de gente que viene y va por todas partes. Es una imagen que quedará en mi retina mucho tiempo.
Hora de volver a la música. Atravieso la zona de circo, teatro y comedia y llego al escenario West Holst donde Dr. John está dando una clase magistral de rhythm and blues de New Orleans. Para entrar en calor tocó “Iko Iko” y vi al público del mediodía apurando el almuerzo para sumarse a los coros de “Let the good times roll” y mecerse con el ritmo hoodoo de “Mama Roux”. A todo esto, el escenario principal tuvo su cuota de variedad. Norah Jones captó el mood suavecito de la tarde con un set melódico, pero no le huyó al hechizo de un buen rock, como cuando hizo “Cry cry cry”, de Johnny Cash. Enseguida Slash puso el nervio rockero a funcionar a mil con un set encendido y más tarde le tocó el turno al gran Ray Davies. Fue un recital muy emotivo. Ray se había enterado de la muerte de Pete Quaife, bajista original de los Kinks, y buena parte de su set estuvo dedicada a su viejo compañero de armas. Salió con formación de grupo de rock, alternando guitarra acústica y eléctrica, y luego hizo subir a un coro de unas treinta personas. Ray hizo los hits que todos querían escuchar, “Sunny afternoon”, “Dedicated follower of fashion”, “Lola” y “Waterloo sunset”, pero también se tomó el tiempo para soltar calientes versiones de “I need you”, “I’m not like anybody else” y “Village Green Preservation Society”, más un “Days” especialmente conmovedor.
Me tomé un respiro para disfrutar del reggae atemporal de Toots & the Maytals y en el camino vi a MGMT seducir a más de treinta mil personas con los sonidos de su reciente Congratulations. Ahora bien, una parte integral del atractivo de Glastonbury son las cosas inesperadas que saltan a tu paso mientras vas de aquí para allá, y en el escenario Glade asistí a una alucinante actuación del mismísimo Dios del Fuego, Arthur Brown. Maquillado delirantemente como en sus mejores días, Brown entregó un set pasional, con una soberbia versión de “I put a spell on you”. Luego, por un camino lateral, abrazado por las copas de decenas de árboles, llegué al escenario más hippie de la fiesta, el Avalon. Allí Imelda May me sacudió con su melodioso rockabilly y su notable simpatía. Tiene una banda al tono: contrabajo y guitarra twanguera siguiéndole los pasos sin perder el ritmo jamás. Un rato antes, una leyenda del folk estadounidense había dejado boquiabiertos a todos: Judy Collins cantó y contó anécdotas de ayer y de hoy con la cristalina voz que aún conserva a sus 71 abriles. Caía lentamente la noche cuando Richard Thompson, solo con su guitarra, le puso un toque de clase a la carpa Acoustic, y ya sentía esa mezcla de alegría y melancolía que inevitablemente saluda el final de Glastonbury pero… faltaba todavía un grande: Stevie Wonder. Creo que no pudo pensarse un mejor epílogo para la celebración de los primeros cuarenta de Glastonbury. Stevie dio justo con el clima de fiesta. Con una tremenda banda donde abundaban los bronces y los coros, se paseó por “Superstition”, “Signed, sealed, delivered, I’m yours”, “I just called to say I love you” y otros hits; le quedó fuerzas para un cover de Marley (“Jamming”) y el “We can work it out” de los Beatles y como guindilla sobre la torta, se despidió con una monumental versión de aquel clásico que en su momento le dedicó al líder de los derechos humanos, el reverendo Martin Luther King, “Happy birthday”, esta vez en homenaje al aniversario del festival. Y si faltaba algo para completar la fiesta, Stevie invitó al responsable de todo esto, Michael Eavis, a subir al escenario y cantar algunas estrofas a coro junto a las noventa mil personas que rodeaban la Pyramid Stage. Los ojos, húmedos…
El reloj dio las doce pero la carroza no se convirtió en calabaza. Como decía antes, somos peregrinos. Buscamos el calor y la hermandad de nuestros semejantes en ritos que muchas veces nos son esquivos. Pero Glastonbury es una sonora realidad, que merece vivirse y degustarse porque uno se siente una persona mejor después de estar aquí. Y espero estar allí para el aniversario cuarenta y uno. Glastonbury es un vicio sano.

ROSKILDE BAILÓ FUNK

Ahora me esperaba Dinamarca y una nueva edición del festival más sólido de la Europa continental: Roskilde. Ese pueblito, a media hora de Copenhague, antigua sede de los reyes daneses, se preparaba para otra edición del evento que reúne anualmente lo mejor del rock anglosajón, los más destacados músicos escandinavos, y una selección de sonidos de todo el planeta. Esta diversidad estilística le ha dado a Roskilde un tono distintivo y único. La apertura oficial es siempre el jueves por la tarde y no hay que perdérsela, porque ese día suele haber más de un apetitoso plato musical. Este año la presencia excluyente fue Efterklang en el Odeon. Este escenario es el de los grupos en vías de consagración y nada más apropiado: Efterklang está para las ligas mayores. Tienen un sonido que pasa por el rock y se vincula con la música clásica, pero sería demasiado holgazán meterlos en el casillero “rock de cámara” y abandonarlos allí, porque estos daneses apuntan a más. Manejan un notable rango dinámico, tienen humor y poesía, y una jugosa interacción entre los instrumentos rockeros, la electrónica y los bronces. No se parece a nada que hayan escuchado. La gente de 4AD lo sabe y por eso los contrataron para editar su nuevo álbum, Magic Chairs.
Roskilde me tenía preparadas algunas sorpresas. Me impresionó el aplomo de Alice In Chains, que parece haber adquirido un nuevo vigor con la edición del álbum Black Gives Way to Blue. Me gustó mucho Pendulum en la gigantesca Arena, una carpa con la capacidad de nuestro Luna Park. Con su rock dinámico y un despliegue escénico inclaudicable, los australianos se ganaron al público desde el vamos. La audiencia danesa entró en éxtasis con un par de grupos locales. Nephew son hoy día enormes en su país y se entiende por qué: tienen una paleta amplia, donde entra el rock grandioso y de buenas melodías, un toque de electrónica y algún atisbo dark. Su reciente Danmark/Denmark ya es disco de platino y juntaron ochenta mil personas delante del Orange Stage. Una cantidad de gente parecida se arremolinó para ver a Dizzy Mizz Lizzy, power trío en la vena Divididos, que regresaba a los escenarios luego de una larga pausa. Se ve que dejaron una marca indeleble en el inconciente colectivo porque la aplanadora del rock danés vino, vio y venció.
Los organizadores de Roskilde también tienen paladar negro. Lo comprobé al ver a Tinariwen, con su mezcla de ritmos africanos y sonidos de Medio Oriente y también con Van Dyke Parks. El legendario músico, compinche de Brian Wilson en Smile y otros varios proyectos, se presentó con una orquesta al completo, la Danish National Youth Ensemble, y nos paseó por piezas selectas de su discografía, de bizarro encanto. Investigador infatigable de la música étnica de varias latitudes, Parks se concentró en esta ocasión en los sonidos latinos, con el aporte de la cantante guatemalteca Gaby Moreno. Hubo aires mexicanos, boleros, y un homenaje al gran Lowell George con el tema de Little Feat “Sailin’ shoes”.
La diversidad de Roskilde se reflejó también en la carpa Pavilion. Allí el trío de japonesas Nisennenmondai la emprendió con un noise-rock extremo, pero también pasó el rock psicodélico de Wooden Shjips, el thrash metal de los suecos Sólstafir y el folk-rock de Titus Andronicus. En lo que hace a sonidos extremos, la carpa Odeon no se quedó atrás. Fue testigo del imaginativo repertorio de los Dirty Projectors, otra banda cuyo límite es el cielo. Con elaborados juegos de voces, ritmos y melodías poco comunes y un juego de luces diseñado para complementarse perfectamente con los sonidos, el grupo de Brooklyn fue algo especial: Los Beach Boys de Pet Sounds dialogan con Tortoise sobre Talking Heads.
Mis respetos a Porcupine Tree. Media hora de su set me bastó para convencerme que el concepto de rock progresivo admite una nueva lectura. Me gustó la energía y justeza de Bad Lieutenant, la nueva banda del ex guitarrista de Joy Division y New Order, Bernard Sumner, y disfruté mucho de su final con “Love will tear us apart”. Y si a la Arena le hacía falta algo de humor y desparpajo, NOFX se encargó de ellos con su mezcla de punk y viñetas tex-mex.
Como este Roskilde tuvo menos escenarios y más espacio entre los artistas, el tiempo dio para ver más y correr menos y también para degustar perlas de la gastronomía autóctona, como el postre danés Koldskål, una especie de postre royal de vainilla semi-líquido, donde nadan unos bizcochos muy ricos llamados kamme junkere y unas deliciosas frutillas. Refrescante y gran tentempié, una gran recomendación de la gente de Efterklang.
Back to the music... Them Crooked Vultures me dejó la alegría de Dave Grohl por volver a aporrear la batería y la fina estirpe de John Paul Jones. Creo sin embargo que a la banda le falta concretar su potencial en el rubro composición. A The Prodigy y a Motörhead los disfruté en pequeñas dosis, al igual que a LCD Soundsystem, que abarrotó la carpa dance Monopol, pero guardo un párrafo final para tres artistas que me marcaron fuerte: Patti Smith por su garra, su potencia como intérprete y comunicadora y por seguir manteniendo a flor de piel el espíritu punk a los sesenta y pico. Memorables versiones de “Gloria”, “Because the night” y el cover stone “Play with fire”, así como también la arenga que fue preludio de “My generation”, de los Who: “Tenemos la fuerza para resistir. Ustedes son el futuro y van a decidir qué será de nuestros ríos, de nuestro aire, de nuestro medio ambiente. No dejemos que los jodan las corporaciones y los gobiernos. Tenemos el poder, ¡usémoslo!” Amen.
Pavement fue algo serio. La banda que le puso su sello al rock indie yanqui de los ’90 volvió con todo. Tocando con autoridad y aprovechando la sinergia entre los dos núcleos de poder, los guitarristas y cantantes Stephen Malkmus y Scott Krannberg, Pavement fue una hora y media a puro decibelazo. Clásicos como “Gold Soundz”, “Two states” o “Trigger cut” han ganado peso específico con los años. Suenan mejor que nunca.
Y para el final, Prince. Era un misterio; lo suponía reservado, quizás hasta hosco. Pero el músico que subió a la Orange Stage a las diez de la noche del domingo tenía las cosas claras. Caló en seguida el espíritu colectivo y desató una gigantesca fiesta dance para noventa mil personas. No faltaron los hits, claro: “1991”, “Kiss”, “Purple rain” y hasta un par de covers afines, como “Le freak” de Chic y algo de Sly & the Family Stone, pero lo principal es que la banda sonó con onda y con un encastre envidiable. Prince, con su lugarteniente habitual Sheila E. y gran elenco, cerraron Roskilde a puro funk. Y fue justicia.
Como siempre, la fiesta siguió en la zona de la Arena, con un combo de DJs y músicos colombianos dispuestos a sacudir cuerpos escandinavos a pura cumbia hasta que las velas no ardieran. Pasé para registrar el momento, por la fuerza del ritual, pero ya empezaba a sentir el efecto de dos festivales al hilo. Sin embargo, más allá del cansancio y la madrugada incipiente, mientras se asomaban las primeras luces del día en el Este, pensé una vez más en el inmenso poder curativo de la música. Y deseé muy fuertemente que esta bendición nos siga acompañando por siempre.

Alfredo Rosso

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Alfredo, como estas?

Como no consegui tu mail, te escribo por aca.
La verdad si hay una persona que admiramos con Leo, mi amigo, sos VOS. Escucharte en la Radio, con tu programa ya desde años, mas ahora con Gille, mas las coberturas para Cual es?, mas la veces que te lei (mas de 5 años) en La Mano, me hizo crecer el oido, y como bien escribiste una vez, la musica en esta parte del mundo primero se lee, luego se escucha. Asi que por esto y mucho mas, GRACIAS.

Ahora, la forma de devolverte: Te queriamos invitar a un asado en mi casa, a charlar de Musica, a escuchar esas historias, los festivales, todo! Con un par amigos, vos podes traer los tuyos tambien, o tu familia. Hay pileta.

Yo vivo en Aldo Bonzi, somos un barrio ricotero (con el recuerdo de Bulacio aun) y nos justa la musica. Nosotros la 2da de enero nos vamos de vacaciones, pero si te prendes en la idea lo dejamamos para Febrero. Yo se que no tenes miedo de estas invitaciones raras. Igual cualquier cosa soy amigo de un ex operador tuyo en la R&P, Mauro Sacco, preguntale a el por Santiago Restivo (YO) de "Jueves Santo".

Te dejo mi mail, para el contacto: viajerodelinfinito_24@hotmail.com y mi celular es 15-5718-2584.

Abrazo y muchas buenas ondas y felicidades para este 2011.

Gustavo Barbosa dijo...

"el inmenso poder curativo de la música..."

celebro esa frase amigo Alfredo!,
y hago de algo parecido un culto diario
un gran abrazo y no abandones el blog, que ilumina!!
Gustavo

Dan Delion dijo...

Hola Alfredo te quería agradecer por las reediciones de los compilados de Mandioca y hacerte tres preguntas. Hay alguna posibilidad de que se reediten los singles de Mandioca? Tenés información de Ruben Reches y Armagedón, dos artistas de Mandioca con ediciones casi desconocidas? Fue el simple de Armagedón algo que se grabó y editó en los 80s junto con la camada de reediciones de Talent y Microfón, las del famosa etiqueta del sonido "psicoacustico"?
Gustavo
Gracias

alfredorosso dijo...

Gracias Gustavo! Y para el amigo Dan Delion: los simples de Mandioca no pueden editarse, por el momento, porque no están amparados por el contrato que Sony firmó con los directivos de Mandioca. Contrataron álbumes, en lugar de contratar fonogramas, como se deberia hacer para poder disponer de todo el material que edita un sello. Los temas sueltos que aparecen en "Mandioca Underground" y "Pidamos Peras..." pudieron salir, justamente, por estar bajo el "paraguas" de dos álbumes. Respecto de Ruben Reches y Armagedon, supongo que debe regir un impedimento similar.

Homer dijo...

Buenas Alfredo, te admiro bastante y te estoy leyendo en Alta Fidelidad y me pareces genial, no sabias que tenias un blog, ojala se siga publicando la revista por que me encanta.
Te dejo mi blog de musica que lo empece hace poco no soy periodista ni nada solo pongo lo que me gusta de la musica en si, pasate si tenes ganas.

http://mliveforever.blogspot.com/