lunes, 7 de abril de 2008

LA COMPRA DE LA REPÚBLICA


Giovanni Papini (Florencia 1881 - id. 1956) fue un controvertido escritor italiano. Una de las escasas biografías que encontré de él señala que fue hijo de un modesto comerciante de muebles y que lo bautizaron a escondidas para soslayar el agresivo ateísmo de su padre. Dicha crónica de su vida afirma que Papini fue un niño precoz, introvertido y falto de cariño, y que adoptó desde niño una actitud escéptica, pero dentro de una predisposición curiosa hacia las diversas doctrinas y religiones. Una de sus ilusiones tempranas, nunca abandonada, era escribir una enciclopedia que resumiera todas las culturas.

Me impresionó especialmente su relato “La Compra de la República”, del libro “Gog”, por su implacable sarcasmo con respecto a los tejes y manejes políticos de la sociedad contemporánea. Aquí está:


LA COMPRA DE LA REPUBLICA


Este mes he comprado una República. Capricho costoso y que no tendrá imitadores. Era un deseo que tenía desde hace mucho tiempo y he querido librarme de él. Me imaginaba que el ser dueño de un país daba más gusto.
La ocasión era buena y el asunto quedó arreglado en pocos días. El Presidente tenía el agua hasta el cuello: su ministerio, compuesto de clientes suyos, era un peligro. Las cajas de la República estaban vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal del derrumbamiento de todo el "clan" que se hallaba en el poder, tal vez de una revolución. Había ya un general que armaba bandas de irregulares y prometía cargos y empleos al primero que llegaba.
Un agente americano que se hallaba en el lugar me avisó. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República y además asigné al Presidente, a todos los ministros y a sus secretarios unos emolumentos dobles de aquellos que recibían del Estado. Me han dado en garantía -sin que el pueblo lo sepa- las aduanas y los monopolios. Además, el Presidente y los ministros han firmado un "covenant" secreto, que me concede prácticamente el control sobre la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el dueño casi absoluto del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención, bastante crecida, para la renovación del material del ejército y me he asegurado, en cambio, nuevos privilegios.
El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las cámaras continúan legislando, en apariencia libremente: los ciudadanos continúan imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de las cosas. No saben que todo cuanto se imaginan poseer -vida, bienes, derechos civiles- depende en última instancia de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí.
Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma de la constitución, el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrantes. Podría, si me diera la gana, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar así al gobierno, desde el Presidente al último secretario. Y no me sería imposible obligar al país que tengo bajo mi mano a declarar la guerra a una de las repúblicas colindantes.
Esta potencia oculta e ilimitada me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todos los fastidios y la servidumbre de la comedia política es una fatiga bestial; pero ser el titiritero que detrás del telón puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a su movimiento es una voluptuosidad única. Mi desprecio de los hombres encuentra un sabroso alimento y mil confirmaciones.
Yo no soy más que el rey incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido dominarla y el evidente interés de todos los iniciados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones y tal vez más vastas e importantes que mi República, viven, sin darse cuenta, bajo una dependencia análoga de soberanos extranjeros. Siendo necesario más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un sólo dueño, como en mi caso, de un "trust", de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o de banqueros.
Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza, que continúan ejercitando con naturalidad el papel de jefes legítimos.

Giovanni Papini (de "Gog")

1 comentario:

el winco verbal dijo...

Es es así como "la imaginación al poder".
Este autor me hace acordar a Orwell y su 1984. Uno despues que termina de leer o en medio de la lectura se queda un poco tecleando.
Muy bueno Rosso!.
Me gusta mucho este blog, a los otors tuyos los vivito pero este es más ameno, bueno no sé, me siento más cómoda.
Rosso no encuentro nada de Dory Previ ni en el sitio que Ud. recomienda para bajar algo de ella.
Saludos.